8.10.11

Sonriamos

A la vez, sonriamos. Todos juntos. Que la edulcorante
sonrisa invada las calles. Convoquemos a Close Up, Colgate y Odol. Que los dientes impongan oro blanco, y que los españoles quieran volver a colonizarnos, pero esta vez, sonrientes, diremos todos juntos ¡atrás pues, atrás! Somos dientes de lata, de barro y de papa. Sonriamos beige, tiza y arena, no importa ¡alzaos los dientes, alzaos sin temor! Que sea pornografía ósea. Que nuestras sonrisas derrumben la Bombonera, que la sonrisa se petrifique en nuestros rostros por la eternidad de la ribera de nuestros días. ¡Sí! Sonriamos. Sonriamos frente al espejo, bailemos y explotemos “¿a ver, una vueltita?” Sonriamos frente al monitor como marmotas, frente
al celular, sonriamos frente a las cámaras aún mucho más tontos. Sonriámosle a la tía Marta, al abuelo Teo, al Guaymallén, pero también sonriámosle a las plantas. Estallemos histriónicas sonrisas reprimidas, no lo calculemos. Sonriamos la rayita del culo del gordito del río, sonriamos el botox, sonriamos la velocidad, el reggaetón y los accidentes de auto.
Sonriamos la violencia y los puñales. Vómitos de brillantina atragantados entre la multitud de la multitud, de los redonditos de ricota, de los hinchas de Morón, de administradores de empresas.
Sonriámosle al viernes, pero también al lunes. Sonriamos la birra en el cordón. Sonriamos por Quilmes, Isenbeck y Budweiser, brindemos.
Sonriamos los Mauricios y la policía. La medicina privada, las obras sociales, los muertos. Sonriámosle a las cámaras de seguridad, mostrémosle la berga y vos las tetas, sin temor, sonriámosle en la cara a los verdaderos hijos de puta, sonriámosle hasta despertar la rabia, que nos maten a palos, pero que nuestro cadáver sea cremado por un fuego de sonrisas, y que el humo inunde de carcajadas la ciudad, los campos,
el país, el universo.
Sonriámonos encima. Sobre el colectivo, sobre el furgón, sobre el bicimotor. Sonriámonos encima en tanto logremos despertar la locura de aquel que no sonríe, hasta que cansado de golpearnos, finalmente sonría, nos levante del suelo
y hagamos infinitamente el amor nadando en mar de sonrisas.
Sonriámosle a la mujer y a la fertilidad. Al hombre, al león cambiando un pañal. Sonriamos los amigos, pero sonriámosle hoy, no lo dudemos.
Que sea hoy cuando sonriamos y digámosle a él, a ella, animémonos a decir ahora ¡eu vos, te quiero!
Sonriamos por el cuerpo. Sonriamos el gimnasio, la belleza, el agüita, la playa, el boliche, la pilcha. Sonriamos el mensajito de texto, el conito
en Mc Donalds gorda, la mentira, la infidelidad,los tiempos, los amantes. Sonriamos los escotes que volvieron, sonriamos las piernas, las espaldas. Sonriamos los jazmines, las polleras.
Sonriámosle al piropo, a los magos de la palabra. Sonriámosle a la teta que de vida nos llena,pero sonriámosle doble. Sonriámosle a Roger Waters, no lo olvidemos. Al vino tinto y al queso parmesano. Sonriámosle a la vida y a la cabeza
estrellada en el asfalto. Sonriamos los ringtones, el asadito, el fernecito.
La memoria sonriamos. Sonriamos los dioses, los docentes, los militantes de la vida. Sonriámosle a papá y a mamá, los hermanos. Que sea hoy, abandonemos la lectura para que eso suceda ahora. Sonriamos por los que están, y los
que no. Sonriamos y esperemos. Motivemos de la alegría, un recuerdo. Hasta que por fin, luego de agrietarse la expresión de tanto sonreir, reflexionemos.
Purificantes lágrimas potencian el odio, la mentira y la injusticia. Para que algún día -con una sonrisa mínima invisible- volver a llorarle a la vida que pasa.

4.12.09

Cortázar también andaba en bici: "Vietato introdurre Biciclette"

En los bancos y casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.
Para una bicicleta, ente dócil de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: "y perros", lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder pero no es humillante, primero, porque sólo constituye una probabilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o esmalte, tablas de la ley inexorable que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, ¡Cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas; que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.